Capítulo 27
Antes de abordar el avión, Esther le envió un mensaje a Víctor, avisándole que ya regresaba. No le explicó la razón, solo dijo que tenía asuntos que atender.
Pablo se sentó junto a Esther y, atento, le acomodó una manta.
-Duerme un rato, todavía faltan varias horas para llegar.
Esther asintió con un suave -Ajá—.
Pablo sacó su celular y, apenas lo encendió, notó el mensaje de Marta.
Al ver la notificación de que algo le había pasado a Nerea, sintió que el corazón se le subía a la garganta. Pero con Esther a su lado, no podía responderle a Marta de manera evidente.
Esperó a que ella se distrajera y, en ese breve descuido, escribió lo más rápido posible:
[¿Qué pasó?]
Marta había estado toda la noche sin dormir, con los ojos abiertos hasta las ocho y media de la mañana. En cuanto vio el mensaje de Pablo, las lágrimas le cayeron directo sobre la pantalla.
Pensó en llamarlo, pero se contuvo y decidió seguir por mensaje.
[No es nada grave. Nerea tiene antojo, quiere que salgamos a comer algo rico y también quiere ir al parque de diversiones. Pero yo me siento tan mal, pobrecita, siempre está aquí conmigo. Pablo, regresa pronto, ¿sí?]
Pablo leyó el mensaje de reojo y, al ver que no era nada urgente, no respondió.
Pasó un buen rato y, como Pablo no contestaba, Marta volvió a escribir, tanteando la
situación.
[¿Estás con Esther?]
Pablo giró un poco la cara; efectivamente, Esther seguía dormida bajo la manta, tal como él le había sugerido. Habían comprado los boletos de avión temprano, y antes de que saliera el sol ya estaban camino al aeropuerto.
Con sus dedos largos, Pablo escribió en la pantalla:
[Sí.]
[Ok, ya entiendo. No te molesto más. Nerea y yo vamos a esperar en casa. Vuelve pronto.]
Pablo ya no contestó.
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Capítulo 27
En una de esas, Pablo fue al baño del avión. En ese momento, Esther despertó.
La pantalla del celular de Pablo estaba encendida. Dicen que la curiosidad puede meterte en problemas.
Recordó algo que había leído en internet: ninguna mujer sale sonriendo después de revisar el celular de su esposo.
La noche anterior, Pablo la abrazó y le dijo puras palabras dulces, asegurándole que no había pasado nada con Marta, y que cuando ella mejorara, cortaría todo contacto con ella.
Esther no sabía si debía creerle o no.
De repente, apareció una notificación de WhatsApp en la pantalla de Pablo.
No aguantó el impulso y, con la mano temblorosa, abrió el mensaje. Pablo no tenía el celular bloqueado.
Vio una foto. Era el dije de su mamá, pero al mirar bien, notó que era una imitación de jade, muy bien hecha.
Al cerrar la foto, leyó el mensaje debajo:
[Pablo, gracias por el regalo. Jamás imaginé que este collar combinara tan bien con el dije. De verdad prestaste atención a lo que te dije. Gracias por hacerme sentir que todavía me quieres.]
Esther sintió que algo le apretaba el cuello, como si se quedara sin aire.
Escuchó el sonido del retrete en el baño. Entonces, con calma, devolvió el celular a su lugar y se cubrió de nuevo con la manta.
Pablo volvió y se sentó. Esther, durante el resto del vuelo, no abrió los ojos ni una sola
vez.
Al salir del aeropuerto, el chofer ya los esperaba.
-Tengo que pasar a la oficina, me falta cerrar unos pendientes. ¿Te llevo primero a casa? -preguntó Pablo, acomodándose en el asiento trasero y desabrochándose el saco. Su pose transmitía una calma fingida.
Aunque no había dormido casi nada y se la pasó mensajeando en el avión, Pablo lucía igual de animado y fresco.
Esther, a pesar de haber dormido un poco durante el vuelo, seguía sintiéndose agotada.
Pero lo que la desgastaba no era el cuerpo, sino el alma.
-Está bien–respondió, sin ganas de discutir ni analizar si Pablo decía la verdad.
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Antes de ver los mensajes en el celular de Pablo, Esther había sentido cómo su cariño por él volvía a florecer, aunque fuera un poco.
Después de todo, llevaban seis años de casados. Esther, incluso antes de casarse, ya lo había amado en silencio por años. Ese tipo de sentimiento no se borra solo porque sí.
Pero la vida suele ser más dura de lo que una imagina.
Si no hubiera visto esos mensajes, tal vez habría confiado en él, creyendo que todo era solo un favor, una deuda de gratitud.
Pero ahora sabía la verdad: Pablo le había regalado un dije igual al de su mamá, pero la copia era para su amante.
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