Capítulo 6
Al regresar de la comisaría a la casa de la familia Lacayo, Raquel no encontró a nadie en
casa.
Sin pensarlo demasiado, estaba a punto de subir las escaleras cuando de repente escuchó pasos acercándose,
La puerta se abrió y Gonzalo y Vanesa entraron primero, seguidos de Sergio que sosteníal a Felisa, quien lloraba desconsolada.
Al ver a Raquel, Gonzalo y Vanesa no pudieron contener su enojo.
-¡Tú, niña loca! ¿Qué piensas hacer? ¿Acaso fuiste tú quien llamó a la policía?
-Felisa solo pisó mal el pedal del acelerador, no fue intencional que te atropellara. ¿Por qué llamaste a la policía? ¿Quieres que vaya a la cárcel?
Sergio, mientras consolaba a Felisa, tampoco perdía la oportunidad de regañarla.
-Apenas te hiciste un rasguño. ¿Sabes que Felisa estuvo horas siendo interrogada? Si no hubiésemos firmado el acuerdo, ella habría pasado por más.
-Felisa está delicada de salud. Si algo le llegara a pasar, ¿podrías cargar con esa responsabilidad?
Sí, Raquel apenas había sufrido un rasguño, apenas había rozado la muerte, mientras Felisa había sido interrogada durante horas.
Raquel, con una risa amarga, miró desafiante a Gonzalo y Vanesa por primera vez.
-Sí, yo llamé a la policía. ¿Y qué?
Acostumbrada a someterse, esa rebeldía era intolerable para Gonzalo y Vanesa, quienes decidieron actuar sin demora.
-¡Insolente! ¿Qué clase de actitud es esa?
-Hoy mismo te voy a enseñar a respetar, niña desagradecida.
Al instante, los guardaespaldas la ataron con cuerdas, dejándola arrodillada en el suelo. como si fuera un animal moribundo.
Gonzalo tomó una cuerda y comenzó a azotarla.
-¡Maldita seas! ¡Eres una desgracial
Cada golpe dejaba una marca roja en su piel.
Uno, dos, tres…
Ya no podía contar cuántos golpes había recibido, solo escuchaba el silbido de la cuerda.
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Capítulo 6
y las voces de aliento de Vanesa.
-Bien hecho, hay que enseñarle una lección.
-De haber sabido, nunca debimos tenerla.
Raquel tembló, levantó la cabeza llena de lágrimas y sangre en los ojos.
Gonzalo, al ver su mirada llena de desesperación, detuvo su mano sin querer.
Raquel mordió sus labios hasta que se tornaron blancos, cada palabra que dijo estaba cargada de dolor y desolación.
-Ustedes no quieren que sea su hija, ¿acaso creen que yo quiero que sean mis padres?
-Me trajeron al mundo para ser el saco de boxeo de Felisa, ¿alguna vez me preguntaron si eso era lo que yo quería?
-Desde pequeña, he usado la ropa que Felisa no quiere, he comido lo que ella no le gusta. Aunque compartimos cumpleaños, nunca me han dado un regalo.
-¿Realmente me consideran su hija? ¿Saben qué me gusta comer, qué color prefiero, a qué soy alérgica o qué me da miedo?
-Si pudiera elegir, preferiría no haber nacido en este mundo.
-Porque en este mundo, no hay nadie que me ame…
Todos quedaron en silencio, atónitos. Al escucharla desvelar cada uno de esos
recuerdos, sintieron un nudo en el pecho.
Justo en ese momento, Ciro llegó a la casa de la familia Lacayo y lo primero que vio fue a Raquel, arrodillada y cubierta de heridas.
Al escucharla decir que en este mundo nadie la amaba, su corazón dio un vuelco.
Se acercó para levantarla.
-Raquel, yo sí te amo…
Raquel negó con la cabeza, medio sonriendo con amargura, y se dio la vuelta para seguir caminando hacia el interior.
Ciro, instintivamente, quiso seguirla, pero Felisa se agarró la cabeza y comenzó a desmayarse.
-Tío, me duele mucho la cabeza…
Él se detuvo, y aunque quería seguir a Raquel, terminó regresando para atender a Felisa.
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