Capítulo 2
Después de que la enfermera terminó de sacar la sangre, Josefa se sintió mareada y un poco desorientada. Mientras se apoyaba en la pared para salir del cuarto, vio a Bernardo al lado de Julia, quien acababa de ser trasladada desde el quirófano. Él sostenía la mano de Julia con ternura, susurrándole palabras que Josefa no alcanzó a oír pero que notó llenas de afecto.
Bernardo no se molestó en preguntar por la salud de su esposa ni si se sentía mal tras el procedimiento. Tampoco se percató de que Josefa había regresado sola a casa,
Al llegar a la villa, Josefa se dirigió primero a la cocina. Ya tenía problemas de anemia, así que después de haber donado tanta sangre, su tez estaba aún más pálida. Pensó en prepararse un poco de agua con azúcar para sentirse mejor. Sin embargo, justo cuando vertía el líquido en un tazón, sus fuerzas la abandonaron y el tazón cayó al suelo, rompiéndose en pedazos.
En ese instante, Josefa, quien siempre había mantenido la compostura frente a las burlas y humillaciones, sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas. Murmuró: “Oski… sin ti a mí lado, parece que no puedo hacer nada bien“.
El agua azucarada se esparció hasta sus pies. Al mirar la mancha oscura en el suelo, le vinieron recuerdos del pasado. En esos días, ella tenía al mejor compañero.
En aquellos tiempos, Oski aún vivía. Josefa sufría de fríos intensos y dolores durante su período, pero Oski siempre la cuidaba con esmero, preparándole una taza de té caliente con jengibre y azúcar. Se aseguraba de que estuviera a la temperatura perfecta antes de dárselo. En ocasiones, cuando ella se ponía caprichosa, él la abrazaba y le calentaba el vientre con sus manos cálidas, asegurándole que así no sentiría tanto dolor.
Cuando Josefa estaba de mal humor y veía todo con desagrado, Oski se sentaba a su lado, dejándola desahogarse, sin importar si lo golpeaba o lo insultaba. Al final, él le soplaba las manos con ternura, preguntando si le dolía.
Mientras recogía los pedazos de cerámica, un trozo le hizo un corte en el dedo. No estaba segura si era el dolor físico o alguna otra razón, pero las lágrimas comenzaron a caer sin control,
“¿Cómo no vi las señales?“, se preguntó Josefa. “Oski me amaba tanto, pero Bernardo nunca mostró el más mínimo interés por mí“.
Después de tirar los fragmentos en el basurero, esbozó una sonrisa. “No importa, pronto nos volveremos a ver“.
Al día siguiente, Bernardo no regresó a casa. Tras asearse, Josefa salió para ver a su abogado. Frente a ella, sobre la mesa, ya estaba preparada una copía del acuerdo de divorcio.
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-Señorita Chavira, solo necesitan firmar ambos para que, tras un mes de reflexión, el divorcio sea efectivo -le explicó el abogado.
Josefa, pensando en Bernardo, quien ni siquiera había pasado por casa, preguntó: -¿Puedo firmar por él?
-Señorita Chavira, eso es imposible -respondió el abogado, negando con firmeza.
Al ver su rechazo, Josefa insistió: -Mi esposo también quiere divorciarse, pero no tiene tiempo para venir. Solo estoy firmando en su lugar. Si no me cree, puedo llamarlo.
Sącó su teléfono, buscó el número de Bernardo y lo llamó. Tras un largo tono de espera, él finalmente contestó. Josefa fue directa al grano.
-Necesito hablar contigo sobre algo…
No pudo terminar antes de que Bernardo la interrumpiera con una voz distante y sin emoción. -No tengo tiempo. Haz lo que consideres necesario.
De fondo, se escuchó la voz caprichosa de Julia: -Bernardo, la medicina sabe horrible… ¿puedo no tomarla?
La llamada terminó con Bernardo respondiendo con una calidez desconocida para Josefa: -No puedes. Si no la tomas, ¿cómo esperas mejorar rápido?
Josefa miró al abogado. Al escuchar la indiferencia de Bernardo, el abogado cedió y aceptó que Josefa firmara por él.
Aliviada, Josefa firmó el nombre de Bernardo en el acuerdo. Al salir de la oficina, compró un boleto de avión para viajar a Aguamar en un mes.
Bernardo regresó a casa una semana después. Llegó tarde en la noche, cubierto del frío de la calle. Josefa, que dormía profundamente, no reaccionó a su llegada. No fue hasta que él se recostó junto a ella y la abrazó, que despertó. Instintivamente, se apartó y se movió al otro lado de la cama.
Bernardo, sorprendido por su rechazo, frunció el ceño. -¿No eras tú quien decía que necesitabas escuchar mi corazón para dormir?
Durante tres años de matrimonio, Josefa rara vez le pedía algo a Bernardo. Sin embargo, él había accedido a esta única petición al poco tiempo de casarse. Aunque, además del certificado de matrimonio, nunca le había dado nada más.
A Josefa no le importaba. Después de hacer la petición, se acurrucaba en su pecho, escuchando su corazón. Él le había preguntado por qué le gustaba hacerlo,
-Porque me gusta escuchar fu corazón. ¿Puedo seguir escuchándolo para dormir?
Tal vez fue la intensidad de su mirada cuando hizo la solicitud, que Bernardo no pudo rechazarla y accedió.
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Capitulo 2
Ese hábito continuó hasta el presente. Siempre que él estaba, Josefa se acomodaba en su pecho. Pero ahora, después de un momento de vacilación, sacudió la cabeza.
-Ya no es necesario.
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