Capítulo 13
Esther estaba sentada al borde de la cama, apretando el celular con tanta fuerza que ya sentía el calor en la palma. La pantalla se había apagado hacia rato, pero ella seguía at, en shock, como si el mundo se hubiera detenido.
Durante años, había cuidado de su hija con una dedicación casi obsesiva. Terka que sintiera frío, temía que sudara, que se quedara sin comer o que el aburrimiento la invadiera.
Desde que Nerea nació, Esther había querido darle lo mejor del mundo, como si pudiera protegerla de cualquier herida solo con su amor. Le tejió ropita, gorritos diminutos, 32 imaginó a su pequeña creciendo, soñó con verla convertirse en una mujer fuerte y libre. La consentía, la mimaba, la trataba como una princesa, y si hubiera podido, habría bajado una estrella del cielo para regalársela,
El único aspecto donde no cedía era en la salud y la comida de Nerea, Desde el embarazo, la niña arrastraba anemia, era alérgica a los huevos y al lichi, y además le fascinaba el azúcar. Esther misma se encargaba de que no abusara, temiendo que engordara o le salieran caries.
Vigilaba su educación, la seguía de cerca en las prácticas de violín y en los dibujos que llenaban la mesa de la sala. Era tan estricta como su madre lo había sido con ella, una señora de sociedad que nunca toleró la mediocridad,
Nunca imaginó que a Nerea no le gustara esa forma de quererla,
Nerea conoció a Marta y, en menos de un mes, la chica ya se había ganado su corazón. Marta no la presionaba con los deberes, la dejaba comer a su antojo. En apenas quince días, Nerea subió cinco kilos. Un día, comió huevos en casa de Marta, y no solo uno, sino varios. Cuando volvió a casa, se desmayó; Esther casi muere del susto,
Cuando Esther se dio cuenta y quiso traer de vuelta a su hija, ya era demasiado tarde. El corazón de Nerea -igual que el de Pablo–ya le pertenecía a Marta.
Ambos la rechazaban.
Todo lo que Esther había hecho por años, todos sus esfuerzos, en los ojos de su hija y de Pablo, no era más que una actuación inútil, una forma de engañarse a sí misma.
La pantalla del celular se iluminó de nuevo. La foto que antes mostraba a los tres juntos había sido cambiada por una imagen de Esther con su mamá.
La señora Valeria había sido la hija de una familia tradicional de Costa de la Libertad, siempre dulce y tranquila, sin buscar problemas con nadie. Sin embargo, su vida se cruzó con la de un hombre que, igual que Pablo, tenía el corazón endurecido.
Esther recordaba la ternura de su mamá, y también la desesperanza en sus ojos el día que murió,
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Capítulo 13
-Esther, ser la esposa perfecta y una madre ejemplar no te garantiza nada bueno. Yo soy la prueba -le había dicho su mamá antes de partir.
Pese a todo, Esther admiraba la dulzura de su madre, su paciencia infinita. Había apoyado en silencio a su papá, un hombre que, al final, la traicionó, se fue con otra mujer y terminó por destruir a la familia. Aunque Esther era pequeña, nunca se dejó comprar por la amante de su papá, jamás cedió ni aceptó.
Nerea, en cambio, sí la había dejado atrás.
Pensar en su hija le llenó los ojos de lágrimas, sin que pudiera hacer nada para detenerlas.
-Esther, tenemos que platicar.
La voz en la puerta la sacó de su mar de autocompasión.
Pablo estaba ahí, recargado en el marco de la puerta, con el saco caro doblado sobre el brazo y un cigarro apagado entre los dedos. En casa rara vez fumaba, pero esa noche, la ansiedad lo carcomía.
Esther lo miró de reojo, apagó la lámpara de la mesa de noche y sumió la habitación en una penumbra. Su voz parecía venir desde otro planeta, tan ligera y volátil que era imposible atraparla.
-Pablo, ya no sigas perdiendo el tiempo. Mejor ve a buscar a tu amante, no vengas a…
Hizo una pausa, y las palabras salieron como si las escupiera entre los dientes:
-…molestarme.
Pablo no se detuvo ante la indiferencia de Esther; al contrario, entró en la habitación.
Esther prefirió esconderse bajo las cobijas, cubriéndose entera.
Sintió cómo el colchón se hundía un poco: Pablo se había sentado a su lado.
-Esther, no quiero que nos divorciemos.
Incluso escondida bajo las sábanas, Esther pudo oír su voz rasposa, un tono de ruego que hacía años no escuchaba..
Por un instante, pensó que todo era un sueño, que su mente le estaba jugando una mala pasada.