Capítulo 18
Esther, guiada por los recuerdos, se dedicaba a buscar y reunir las pinturas de su madre; cada vez que encontraba alguna, no dudaba en pagar una fortuna para recuperarla.
Víctor, durante todos estos años, también le había echado la mano. Siempre que recibía alguna noticia, se la pasaba a Esther de inmediato.
-No, todavía deben quedar algunas piezas por ahí. Solo que no las hemos encontrado -le aseguró.
Esther sonrió suavemente y agradeció:
-Gracias, primo.
Al regresar con Víctor a la casa familiar en Nueva Arcadia, entraron juntos al vestíbulo. Víctor la condujo hasta el altar de su esposa y le entregó tres varitas de incienso.
-Ven, ponle unas velas a tu tía.
Esther encendió las velas, se arrodilló y se inclinó tres veces con respeto.
Luego, de pie, miró a Víctor.
-¿De verdad no piensas volver a casarte?
-Mauricio Rivas todavía está chico. Si llega una nueva esposa, seguro querrá tener su propio hijo. No quiero que, después de perder a su mamá, termine perdiendo también el cariño de su papá–contestó Víctor, con una voz cargada de peso, aunque sin mostrar tristeza en su expresión.
Esther sintió una ola de admiración y respeto. Su primo era el ejemplo perfecto de un hombre responsable y entregado.
Desde que su esposa falleció por complicaciones en el parto, cualquier otro en su posición, con un poco de dinero, ya se habría casado de nuevo. Pero Víctor, por amor a su hijo y a la memoria de su esposa, llevaba siete años solo.
-Sobre el terreno que me mencionaste la otra vez, ya conseguí la autorización. Ese lugar ahora va a pertenecer al Grupo Córdoba -le avisó Víctor, cambiando.de tema y mirándola con ese tono de hermano mayor que siempre la protegía.
-¿De verdad quieres pasarte la vida trabajando para la familia Córdoba?
Aunque estaba lejos, en Nueva Arcadia, los rumores sobre Pablo llegaban hasta él. La gente de Costa de la Libertad ni siquiera sabía que Pablo estaba casado.
Incluso circulaba la historia de que tenía una novia de toda la vida, un amor de la infancia, y que, porque la familia no aprobaba la relación, seguían viéndose en secreto. Decían que hasta tenían una hija, y esa niña le decía “señora Barahona” a la supuesta amante de
Pablo.
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Un absurdo total. Porque en realidad esa niña era hija de Pablo y Esther, pero en los chismes, ni siquiera la mencionaban a ella.
Cuando Pablo y Esther se casaron, toda la familia de Esther lo supo, pero nunca hicieron una boda formal. Los Córdoba ni siquiera conocían bien a los parientes de Esther, mucho menos a Victor, que vivia tan lejos.
En los ojos de Esther brilló un destello de agudeza:
-Ahora soy la mayor accionista del Grupo Córdoba. Ya no soy la que cargaba con la peor
parte.
Victor la miró, incrédulo.
-¿La familia Córdoba aceptó eso? ¿O Pablo cambió de personalidad de la noche a la mañana?
Le costaba trabajo imaginar que ese Pablo, que había usado a su esposa en secreto para crecer y que siempre la trataba como un simple puente utilitario, pudiera entregarle así de fácil tantas acciones a Esther.
Esther sonrió apenas, sin emoción alguna al escuchar el nombre de Pablo en boca de su primo.
Antes, cualquier cosa relacionada con Pablo le aceleraba el corazón. Ahora, ni una
chispa.
-¿Cómo iba a aceptar Pablo? Pero, ¿qué más da si ellos no están de acuerdo?
Ella sabía perfectamente por qué el viejo Córdoba accedió tan rápido a darle el cincuenta por ciento de las acciones. Aunque ya era mayor, seguía siendo más astuto que nadie.
Antes de cederle las acciones, le hizo firmar un contrato que la ataria de por vida.
Aun así, Esther aceptó firmar. Al fin y al cabo, el cincuenta por ciento de las acciones del Grupo Córdoba valían más que cualquier cláusula en aquel contrato. Sabía muy bien cuál era la verdadera prioridad.
Lo irónico era que, aun con el contrato firmado, Pablo seguramente seguiria feliz con su antigua amante y ni se preocuparía por el resto.
-El terreno no tiene por qué ser para el Grupo Córdoba. Ahora que yo soy la representante legal, debería llevar mi apellido: Lagos.
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