Capítulo 4
Ella es una persona, no una bestia guiada solo por el deseo.
-Divórciate, o la vida de Marta… tú decides.-
Pablo se sostuvo apoyando su peso, y la mano que sujetaba el cuello de su camisa se tensó con furia.
Por el forcejeo, su blusa ya estaba abierta, dejando al descubierto una piel tan clara que parecía brillar bajo la luz.
Dejando de lado ese pasado entre él y Marta en su juventud, Esther, como la segunda mujer en irrumpir en su vida sentimental, había llegado con una ventaja indiscutible.
Era atractiva, inteligente, y lo más importante: lo amaba con todo su ser. Había puesto todo su conocimiento al servicio de Grupo Córdoba, ayudándolo a levantar la empresa con una entrega inquebrantable.
En su momento, ni ofertas de millones lograron arrebatarle al mundo financiero a la genio que, tras casarse con él, convirtió a Pablo–recién nombrado presidente de Grupo Córdoba–en el líder del sector en tan solo tres años.
Como señora Córdoba y mano derecha, su aporte fue fundamental. Hasta el abuelo de Pablo seguía agradeciendo no haberse equivocado al elegirle la esposa perfecta para su nieto.
Esther esperaba la respuesta de Pablo, pero él seguía mudo.
El silencio en el salón se volvió tan denso que cualquier sonido habría asustado. Ella no pensaba enfrentarlo por mucho tiempo; estaba harta de compartir marido con otra mujer y de tener que competir todos los días en ese juego de intrigas.
Al incorporarse, la ropa abierta dejó expuesta una parte importante de su pecho.
Pablo bajó la mirada hacia esa piel blanca y tersa, y sus ojos, tan claros unos segundos antes, se volvieron opacos y difíciles de descifrar.
A pesar del forcejeo, la escena entre ambos tenía poco de pelea por otra mujer. Había algo mucho más profundo en juego.
Esther intentó acomodarse la ropa, pero apenas lograba cubrirse por un lado, Pablo había bajado la tela por el otro. Entre el caos, se coló un matiz de provocación involuntaria.
-¿Me trajiste de vuelta solo para seducirme? Pues aquí me tienes.
De repente, él la miró con una dureza inesperada, se inclinó y mordió sus labios con desesperación, casi sin control.
Desde afuera, el crujido de una rama de ginkgo quebrándose bajo el peso de la nieve
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le
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retumbó en el aire, cortando el ambiente.
Adentro, el ambiente se sentía espeso. Pablo la tenía bajo su cuerpo y sus manos. viajaban lentamente siguiendo la curva de su cintura.
Era pleno día. Si él seguía, todo terminaría siendo un espectáculo a plena luz.
-¿Papi, ya volviste? -La voz de Nerea llegó desde el segundo piso; bajaba las escaleras con su muñeco en brazos, restregándose los ojos adormilada.
Pablo, impecable con su traje, se sentó como si nada hubiera pasado, con esa expresión serena y elegante que negaba cualquier rastro de la pasión de antes.
En cambio, Esther estaba hecha un desastre. Su ropa rota no tenía cómo arreglarse, así que tomó un abrigo del perchero y se lo puso encima para ocultar su estado.
-¿Nere?
Pablo se levantó, y al verla, la cargó con ternura en sus brazos.
-Oye, ¿y qué pasó con la señorita Marta? ¿La dejaste sola porque estaba enferma y te viniste para acá? -preguntó Nerea, mirando a Pablo con curiosidad infantil.
Esther trató de acomodar su cabello desordenado. Su hija, recién despertando, ni se fijó en el estado lamentable de su madre; toda su atención estaba en la otra mujer que ocupaba la vida de su papá.
Pablo no alcanzó a responder cuando Nerea, con los ojos muy abiertos, encaró a Esther.
-¿Otra vez fuiste tú la que llamó para que papi regresara? La señorita Marta está muy enferma, necesita cuidado. ¿Por qué eres tan celosa?
El color desapareció del rostro de Esthér. Sus uñas, sin darse cuenta, empezaron a dejar marcas en el cuero del sillón.
Pablo le acarició la cabeza a su hija para tranquilizarla.
-La señorita Marta estará bien. Papi regresó para verte, y en un rato va a ir con ella.
Nerea asintió animada.
-¡Yo quiero ir contigo a verla! -dijo, y Pablo la tomó en brazos para subirla a lavar la cara. Al poner el pie en la escalera, se detuvo un momento.
A los oídos de Esther llegó lá voz de Pablo, cargada de burla:
-¿Ves? Hasta la niña es más comprensiva que tú.
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