Capítulo 32
Las mejillas de Marta se tiñeron de un leve rubor y en su mirada se asomaba cierta
timidez.
-¿Se te ofrece algo?
Con esa simple pregunta, aceptó su identidad. Un grupo de muchachos, todos emocionados, se desbordó de alegría. Uno de ellos se quitó la sudadera deportiva en ese mismo instante, le pidió un marcador al mesero y se lo entregó a Marta.
-¡De verdad eres Marta! No lo puedo creer, qué suerte la mía encontrarte aquí. ¿Podrías darme tu autógrafo?
Tener la firma de Marta en la prenda era algo de lo que podría presumir por años.
Marta miró a Pablo, buscando su aprobación con los ojos.
Él asintió con calma, sin decir palabra.
Rápida y ágil, Marta escribió en la ropa del chico unas letras en inglés: “Vivian“.
Al ver el nombre, el joven se quedó atónito.
-¿Tú eres… Vivian?
Vivian, la ingeniera mecánica prodigio, la mujer misteriosa de la que todos habían escuchado pero nadie había visto nunca en persona. Resulta que era Marta.
¡Vivian!
Todo tenía sentido de golpe.
-¡No puede ser…! -exclamó otro, boquiabierto.
Al enterarse de que era Vivian, todos los chicos se arremolinaron, compitiendo por obtener su autógrafo.
Marta mantuvo esa sonrisa paciente y fue firmando uno por uno, sin perder la calma.
-Ya está bien, ahora es mi tiempo libre, suficiente -dijo con suavidad al ver que la multitud no dejaba de crecer.
La gente se seguía acumulando y Nerea terminó empujada fuera de su asiento por la oleada de fanáticos.
Pablo, harto de la situación, intervino al fin.
Pidió apoyo al personal de seguridad del restaurante para mantener el orden y evitar que alguien saliera lastimado. Luego sacó su celular y llamó para pedir que sus
guardaespaldas se acercaran al lugar.
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Capitulo 32
Desde el segundo piso, Esther observaba la escena, testigo del alboroto provocado por los chicos que gritaban el nombre de “Vivian” como si hubieran ganado la lotería. No pudo evitar curvar los labios en una media sonrisa.
Después de platicar unos treinta minutos con la abogada Castell, habían llegado a un acuerdo sobre su situación matrimonial. Esther miró la hora en su reloj y se dispuso a
irse.
Valentina, al ver el tumulto en la planta baja, la detuvo con un gesto.
-Mejor vámonos por el pasillo del personal. No sé qué pasa allá abajo, pero se juntó
muchísima gente.
Esther asintió sin mucha emoción.
-Está bien.
Se giró para marcharse cuando escuchó el llanto ahogado de Nerea:
-¡Papi, señora Barahona…!
El corazón de Esther dio un vuelco. Se quitó los tacones de una patada y bajó corriendo las escaleras. Llegó justo a tiempo para sacar a Nerea de la marea de gente antes de que la aplastaran.
Valentina bajó detrás de ellas y usó su cuerpo para proteger a madre e hija.
Por otro lado, Pablo hacía lo posible por contener a los fanáticos frenéticos con la ayuda de los guardaespaldas, mientras abrazaba a Marta y se dirigía hacia la salida.
-¡Mami…!–gritó Nerea, con lágrimas todavía colgando de sus pestañas. Al ver a Esther, la abrazó con todas sus fuerzas alrededor del cuello.
Entre tanta gente, había visto a su papá llevándose a la señorita Marta. Les gritó, pero ni caso le hicieron.
La empujaron al suelo y no veía más que piernas por todas partes. El miedo la paralizó.
-Mami, Nere tiene miedo… -lloriqueó, sin poder contener el llanto.
Esther la envolvió en sus brazos, acariciando su cabeza con ternura, mientras el susto la
invadía.
¿Qué habría pasado si la multitud hubiera pisado a Nerea? Solo pensarlo la hizo temblar.
-Señora Córdoba, déjeme llevarlas a casa -ofreció Valentina, guiando a Esther y Nerea
hasta su carro.
No muy lejos, una camioneta negra esperaba estacionada.
Un grupo de guardaespaldas escoltó a Pablo y Marta hasta el vehículo.
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Pablo, mirando por el retrovisor, creyó reconocer una silueta familiar.
¿Era Esther?
Marta, todavía algo afectada tras ser rodeada por tanta gente, notó la extrañeza en el rostro de Pablo y le preguntó con suavidad:
-¿Te pasa algo?
Pablo reflexionó un momento. Esther, en teoría, debía estar en casa; no tenía sentido que estuviera allí.
-No es nada, te llevo a descansar.
Tan preocupado estaba por Marta que se olvidó por completo de Nerea, a quien había dejado atrás.
Para Esther, ignorar a Pablo era fácil, pero no podía soportar que él no se preocupara por el bienestar de su hija.
Miró fijamente el carro de adelante y llamó a Pablo. Como sospechaba, él no respondió.
Sin más opción, Esther le envió un mensaje:
[Nere está conmigo, la llevo a casa.]
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